Os dejamos aquí las fotos de la última excursión organizada por nuestra entidad y el texto que nos envía nuestro socio Félix Garrido, al que agradecemos su interesante crónica.
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EXCURSIÓN
A ALGEMESÍ Y ANNA.
Algemesí y Anna fueron las dos localidades
valencianas seleccionadas por el Ateneo para realizar la excursión del mes de febrero. Una propuesta muy bien acogida por atenienses y
simpatizantes, al ser localidades de la Ribera Alta con historia y cultura merecedoras de ser conocidas. Fue también
una bonita excusa para propiciar el encuentro entre amigos que deseaban compartir nostalgias y abrazos. El
día nos recibió con ráfagas de viento fresco que respondía al dicho popular de
“febrerillo el loco” Un mes con sabor a Cuaresma y Candelaria, al que Shakespeare
criticó porque: “deja el
rostro lleno de escarcha,
tormentas y nubosidad”.
Partimos a la hora prevista y tras la
bienvenida, Matéu, nuestro guía “en plantilla” fue exponiendo los rasgos
característicos de la historia de Algemesí. Comentó que esta Villa alberga
importantes áreas naturales como la Laguna del Samaruc, enclavada en el Parque
Natural de la Albufera, y la Chopera. En 1608, se le concede a Algemesí el
título de “Villa Real” y obtiene el privilegio real de cogobernar con Alcira la
Acequia Real del Júcar. El 12 de noviembre, el rey le concede la celebración de
feria anual durante veinte días.
Aunque no hay certeza de su origen,
parece que fue de procedencia islámica pero poblado con “cristianos nuevos” tras su
conquista por el rey Jaime I. La abundancia de agua propició los cultivos de la morera (unas 16.000 fanegas) y otras (14.000 de arroz) en el termino del Parque Natural de la Albufera. La seda
producida por la explotación de los gusanos hizo nacer el gremio de sastres que
atrajo a terratenientes de toda España que aprovecharon la devaluación de la
moneda.
A finales del siglo XVIII la industria
de la seda vive sus últimos años debido a la enfermedad que afectó a los árboles y
también las defunciones de sus
profesionales por las epidemias de
cólera de 1834 y 1885. Sobre la base de la trilogía, arroz, huerta y cítricos,
se produce entre 1889 y 1916 el primer impulso mercantil e industrializador del
municipio. La expansión del regadío, las ventas
de lo desamortizado, la introducción del guano (1852), la mejora de las
comunicaciones por carretera (1844) y la construcción del ferrocarril (1853)
supusieron nuevas posibilidades de crecimiento.
La
guerra civil española lo interrumpió y la posguerra dejó aislada la ciudad que
sobrevivió gracias a al arroz único producto de subsistencia.
El autobús
nos dejó en las cercanías de la calle de la Montaña, con cafeterías suficientes
para poder degustar un buen “esmorzaret” y recorrer, a pesar del tiempo
desagradable, los puestos del “mercadillo de los sábados”. Tras saborear un buen “Cremaet” nos dirigimos
a la Basílica Menor de sant Jaume Apóstol, catalogada en el año 1980 como “Bien
de Interés Cultural”. El templo es de planta
rectangular de una sola nave con capillas laterales comunicadas. Son de estilo barroco en un principio y
neoclásicas en la reforma del siglo XVIII. Lo más destacable de la basílica es el
retablo de Francisco Ribalta, pintado al oleo sobre dos tablas que registran
escenas de «los desposorios de la Virgen» «Jesús ante los doctores» «la huida a
Egipto» y «la muerte de San José”.
A poca distancia de la basílica se encuentra el “Museu Valencià de la Festa” considerado por el Consejo Internacional de los Museos (ICOM) de la UNESCO como “patrimonio museístico” por ser el único museo de la Comunidad Valenciana que ha “sabido guardar, enriquecer y transmitir la lengua, las tradiciones orales, las fiestas, la danza, el teatro y la música”
Anualmente y sin interrupción a lo
largo de los siglos (solo el año de la pandemia dejó de realizarse) celebra el
7 y 8 de septiembre, «La Festa de la Mare de Déu de la Salut», patrona de la ciudad,
declarada en 2002 por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la
Humanidad”. Es una manifestación cívico-religiosa considerada una auténtica joya del Medievo que reúne
danza, indumentaria, música, escenificaciones y expresiones orales. Entremezcla
tradiciones de culturas judía, musulmana, cristiana e incluso romana. Nos contó
el guía que el célebre CASTEL catalán, procede de “la MUIXERANGA” de Algemesí,
o «Baile de los Valencianos», que ya en el siglo X realizaban “castillos humanos
con más de 400 muixeranguers“. El primer castell documentado, “castell de sis
sostres, acompanyat de la dolçaina data del año 1770”
En la procesión, junto a la Muixeranga,
destacan también por su espectacularidad “els Tornejants” una danza medieval de
carácter reverencial. Los “Misterios y Martirios”, cortos trozos teatrales de
origen medieval que abren la parte profana del desfile procesional. Le siguen
las danzas de Bastonets, Carxofa, Arquets, Pastoretes i Llauradores, que dan
paso a la parte religiosa en la que destaca la representación bíblica y la
presencia de “los Volants” caballeros
portadores de las andas de la Mare de Déu.
Dejamos Algemesí para almorzar en Anna,
un municipio que nos sorprendió gratamente por los parajes espectaculares nacidos
del discurrir del agua y por sus escondidos monumentos. En 1244, Jaime I donó
la villa a la Orden de Santiago en recompensa a la ayuda prestada en el cerco
de Biar. Es uno de los pueblos más prósperos de la Canal
de Navarrés, gracias al desarrollo industrial. El sector turístico se ha
promocionado acertadamente siendo el lago
de La Albufera de Anna, de origen natural, su principal atractivo.
Almorzamos en el restaurante que lleva
su nombre y desde sus amplios y soleados ventanales pudimos contemplar la belleza del lago, la arboleda de su entorno,
las cascadas del agua y el encanto del graznar de los patos y gansos que reclaman a los turistas el pan de cada día.
Disfrutamos de un menú “popular” destacando en
especial sus entrantes. La rebanada de pan tostado a la brasa con “"all i
oli", ajo y tomate, patatas bravas, y una completa ensalada valenciana. Los
paltos principales los pudimos elegir con antelación al viaje, pero ni el
gazpacho era el “manchego” ni la paella alcanzó el nivel de exigencia de
algunos comensales.
Tras el postre y el café nos dirigimos
al Palacio-Museo de los Condes de Cervellón. Fue otra de las grandes sorpresas que esconden los 21,40 km del municipio. El edificio nos
sumerge en la rica decoración musulmana del patio y salas Árabes, es por esto que se
identifique al Palacio como la pequeña “Alhambra de Anna” A la belleza del
Palacio se unió el entusiasmo que puso Teresa, la guía, en explicar cada uno de
los detalles que encierra. Nos dijo que toma ese nombre por haber sido palacio
condal de esta familia. En 1890, los condes de Cervellón vendieron sus
propiedades a Ricardo Trénor Bucelli, cuyos descendientes, en 1980, negociaron
la venta al Ayuntamiento.
Fue construido y decorado, en el siglo XII por
artesanos musulmanes asentados en este municipio y las reformas de mosaicos
cerámicos, artesonados y yeserías, fueron remodelados a finales del siglo XX y
XXI. Se construyeron pieza a pieza en
los talleres de artesanos árabes e
instalados por ellos en el actual
Palacio.
Aunque las estancias árabes del
Palacio son las que despertaron mayor interés, también conserva áreas con temas
propios de los años de la dominación cristiana.
La
“Sala Borja” recoge los acontecimientos
históricos de los siglos XV y XVI y la “Sala Cervellón” de estilo barroco, nos sitúa en los siglos XVII y XVIII.
También se expone un museo con herramientas y útiles, fruto de donaciones
voluntarias que va desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX.
El entusiasmo creado por la belleza
descubierta se fue desvaneciendo al salir de sus instalaciones, porque la persistencia
del viento y el frío daba la razón al refrán: “si más días tuviera febrero, no
quedaría ni gato ni perro”
La calefacción del autobús y la música
de fondo de unos románticos boleros, hizo que recuperásemos el calor, la paz y
el aliento que nos había robado las inclemencias de un “febrerillo loco”. Que
la espera no se haga larga para conocer el destino del próximo encuentro.
Félix Garrido Gil.