VISITA
CULTURAL A CULLA Y AL "PARC MINER DEL MAESTRAT"
Después de los
abrazos de bienvenida y de saber que las ausencias son debidas a motivos ocasionales,
nos dispusimos a disfrutar de la visita cultural a Culla y al Parc Miner del
Maestrat que la directiva del Ateneo nos había programado para el mes de mayo. Un
mes de mayo limpio y radiante, el que se canta en el “Romance del Prisionero”:
“Que por mayo era, por mayo, cuando están los campos en flor, cuando canta la
calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados, van a servir al
amor.”
A los enamorados
por la amistad y la cultura, nos citaron a las 8,30 junto al Ayuntamiento en
una bonita mañana de las que se añoran cuando te ausentas de tu cuna, cuando dejas de oler a huerta y de oír las
campanadas del reloj del Calvari. El
atractivo de estas visitas radica en disfrutar del encuentro entre amigos unidos
por ideales comunes, el deseo de conocer los secretos que esconden la historia los
pueblos de la Comunidad, compartir mesa, romper la monotonía y evitar la soledad.
Canciones de
Nino Bravo y de Mocedades nos sirvieron para tener unos momentos de sosiego y responder
a los insistentes correos familiares. En la panorámica que nos mostraba el
itinerario pudimos comprobar que aún quedan “cañas y barro” almacenadas en los
barrancos que nos recuerdan los efectos mortales que en almas y cuerpos nos dejó
la DANA. Hicimos un alto en el camino, cerca de Cabanes, para almorzar en un
restaurante de carretera, que además de ofrecer gran variedad de bocadillos,
sirvió para saborear su exquisito “cremaet” hecho
con un licor “secreto” y un proceso de flameado “diferente” que no quisieron
revelar.
Durante los 35 kilómetros que nos separaban de Culla,
Mateo nos informaba que circulábamos por
la Vía Augusta, la calzada
romana de 1500 km
que discurren desde los Pirineos hasta Cádiz, y
que fue construida entre los años 8 y
2 a. C. Actualmente las carreteras N-IV N-420, N-340 y la autopista del
Mediterráneo (A-7, AP-7, A-70) siguen en muchos tramos el mismo itinerario que
la Vía Augusta.
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Nos dirigimos al Parc Miner del Maestrat a 8
km. de Culla, y a 800 metros de altitud donde se pueden contemplar unas
magníficas panorámicas del Alto Maestrazgo. En la visita recorrimos dos
antiguas minas de hierro, la Victoria, y la Esperanza conectadas entre sí por
el exterior a través de un tren minero que las une. Forman parte de un
patrimonio histórico y una lección de laboriosidad de aquellos héroes-mineros. Caminamos
por su interior por auténticas galerías dotadas de audiovisuales y herramientas
de la época, que mostraban los grandes riesgos que, por la precariedad de
medios, tuvieron que sufrir aquellos mineros, sin vocación pero con hambre.
Nos contaba el guía que para comprobar que en
la mina no había gas grisú, (un gas inodoro, incoloro y combustible) se servían
de jaulas con canarios que con su canto o su muerte alertaban de la presencia del
gas. También utilizaban unas lámparas de “seguridad” que se apagaban o se
encendían con la presencia del gas.
Dentro de las curiosidades nos dijo el guía
que el salario diario era de 3 pesetas para el agricultor y 10 para el minero. Para
trasformar las minas en atractivo turístico se han invertido casi 1 millón de
euros, desde el inicio de su rehabilitación en 2003 hasta su inauguración en
agosto de 2011.
Fuimos a comer a Culla, en el restaurante Bar
del Poble, conocido por su cocina casera, la “de la olla en el fuego desde el
alba hasta el Ángelus”. En el menú figuraba, a elegir, el plato de la casa, la
“OLLETA” (garbanzos, cardos, oreja, manita y morro) o revuelto de setas con
jamón. Como segundos nos ofrecían TOMBET de cordero, bacalao al Ali-Oli o
solomillo con cebolla caramelizada. Postre para gustos y achaques:
profiteroles, moka, comtesa y melón. Café
o infusiones. No piensen que este “escribidor” sabe de gastronomía, sino que la
dueña del bar tuvo la amabilidad de escribir el menú en una tarjeta de la casa.
Muchas gracias en nombre del Ateneo y si tenéis ocasión merece la pena repetir.
El calor reinante, estar disfrutando de una
agradable sobremesa, degustando un segundo café, contrastaba con la amenaza de
las empinadas calles de Culla, que no invitaban a conocer “uno de los pueblos
más bonitos de España”. Solamente la curiosidad de descubrir el motivo de ese
título y el respeto hacia el ofrecimiento de la amable guía, hicieron que nos
ilusionáramos con la propuesta.
Nos fue informando, que Culla es
un municipio de 493 habitantes ubicado en una colina, y que está dividido en
dos partes: en la parte alta predominan las fachadas de piedra y en la parte
baja son las paredes encaladas las que nos recuerdan su cercanía del
Mediterráneo. Sus fiestas se celebran la semana del 15, 16 y 17 de agosto, en
honor al patrón del pueblo El Salvador, a la Virgen de la Asunción y a Sant Roc.
Remonta
sus orígenes a épocas prehistóricas por los restos del poblado íbero del
Castellar y los yacimientos arqueológicos encontrados alrededor de la Fuente de
la Carrasca y por las pinturas rupestres del Barranco de Santa María y Covacha.
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Hasta la Edad
Media no se tienen datos históricos sobre el municipio, solo se conoce que fue
dominio musulmán hasta principios del siglo XIII, y que pasó a manos cristianas
a raíz de su reconquista por Blasco de Alagón en 1233. Por
sentencia de Jaime I en
1303, vendió Culla y todos sus dominios, a la Orden del Temple por un precio de
“500.000 sueldos jaqueses” moneda derivada de la libra jaquesa (Jaca), usada en
la Corona de Aragón.
El papa Clemente
V disolvió el Temple, y desde 1317 sus posesiones de la Corona de Aragón
pasaron a depender de la Orden de Santa María de Montesa, fundada precisamente
para recoger esta herencia que conservó el Castillo y Señorío de Culla hasta el
siglo XIX.
El castillo y
muralla de Culla, es un conjunto fortificado formado por los restos del
castillo y del recinto amurallado de la localidad. Por sus callejuelas
estrechas llegamos hasta la Iglesia Parroquial de San Salvador, cuyo interior
esconde imaginería de estilo gótico, de gran valor artístico. Fue construida en
el siglo XVIII y edificada sobre los restos de otra iglesia de anterior
factura, iniciándose las obras a principios de ese siglo y llevándose su
consagración en el año 1712.
En su interior
destaca el retablo de San Roque, se trata de un tríptico en pintura del siglo
XVI. La escena central plasma a la Sagrada Familia junto a San Juan y a un
ángel. Las puertas que son abatibles, tienen en su interior figuras de San
Vicente Ferrer y de San Francisco. También pudimos contemplar una escultura
gótica del siglo XV, de El Salvador, patrón de la localidad de Culla y al que
está dedicada la iglesia.
En el transcurso del conflicto bélico civil de
1936 la iglesia sufrió grandes desperfectos y la escultura quedó sin cabeza,
pudiéndose recuperar más tarde (alrededor de 1976) las piezas, de manera que se pudo
realizar una reconstrucción.
Junto a la Iglesia se
encuentra la Casa Abadía, adosada a la Iglesia, y considerada” Bien de
Relevancia Local” destacando los escudos con inscripciones en las ventanas.
Sufrió una importante readaptación en el siglo XVIII, y posteriormente, en
noviembre de 2013, se llevó a cabo una adaptación para que pudiera servir de sacristías
y museo parroquial. En él se exponen bienes
muebles de la iglesia y la información histórica, artística y arquitectónica de
la evolución del edificio. Tras adentrarnos
en lo que fue el antiguo hospital y la prisión, llegamos al mirador
del Singlet, donde pudimos contemplar las maravillas que ofrece el paisaje.
Al llegar al
autobús nos sentimos cansados y no sabemos si el dolor de piernas lo provocó lo
empinado del recorrido o que la edad reclama sus derechos. Este dilema nos recordaba
el poema de José Saramago:
“¿Qué cuántos años tengo? -¡Qué importa eso!, ¡Tengo
la edad que quiero y siento! Pues unos dicen que ya soy viejo, y otros
"que estoy en el apogeo". Pero no es la edad que tengo, ni lo que la
gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.”
Volver a
escuchar las canciones de Nino Bravo y de Mocedades, sirvió para recobrar la
paz y disponerse a oler de nuevo a huerta, y oír las campanas del reloj del
Calvari. La Directiva nos deseó un feliz verano y que ya están preparando la
próxima visita cultural.
Félix
Garrido Gil.